Ángel Luis Parras
Durante la postguerra mundial la poliomielitis, la temida poliooparálisis infantil, hacía estragos en el mundo. En EEUU se consideraba el problema de salud pública más grave. Cada verano, la época del año más propicia a esta epidemia, el virus de la polio sembraba el terror. El propio Presidente de los EEUU, Roosevelt, fue sin duda la víctima más famosa de esta enfermedad.
La poliomielitis ataca la médula espinal y paraliza, en muchos casos de por vida, las extremidades. En España el virus hizo estragos durante la postguerra y condenó a miles de niños/as a discapacidades físicas permanentes y en no pocos casos a la muerte. La ‘polio’ se cebaba con la población infantil, en especial con la que tenía en torno a 5 años de edad. El drama añadido es que las discapacidades de muchas de esas niñas y niños podían haberse evitado. El punto más alto de la epidemia se situó entre 1956 y 1964, 10 años después de que la vacuna hubiera sido descubierta y estado a disposición de las autoridades españolas. El régimen franquista negó durante años la epidemia y se negó a aplicar un plan de vacunación gratuita hasta 1963. Hubo que esperar hasta 1975 para que la vacunación contra esta enfermedad quedara en el calendario de vacunación infantil.
El investigador artífice de esta vacuna se llamaba Jonas Edward Salk, un investigador norteamericano de origen ruso. Médico de profesión dedicó su vida a la investigación como virólogo. Relatan que los brotes recurrentes del virus de la polio hacía estragos cada año y los investigadores dedicaron un esfuerzo titánico para encontrar un tratamiento o una forma de prevenirla. Salk dedicó muchos años a las investigaciones e involucró en las pruebas a miles de médicos, académicos, voluntarios y hasta más de 1.800.000 niños/as en edad escolar, dicen que incluidos sus hijos. En abril de 1955 se proclamó la vacuna y Salk fue ensalzado como un «trabajador milagroso».
Cuando en una entrevista televisiva le preguntaron a Jonas Salk quién tenía la patente de la vacuna, Salk respondió: «No hay patente. ¿Se puede patentar el sol?». El artífice de la vacuna rechazaba así patentarla y la vacuna pasaba a ser asequible a todo el mundo.
Casi 70 años después, la aparición de vacunas contra el coronavirus sitúa la realidad a años luz de lo que hiciera Jonas Salk. Un reducido grupo de farmacéuticas son las propietarias de las patentes y la equidad en la distribución de la vacuna no figura entre sus propósitos.
Las polémicas entre la Unión Europea y las empresas farmacéuticas están detrás del retraso en la entrega de las cantidades prometidas o hasta firmadas. Pero hasta respetando los opacos contratos firmados resulta evidente que el retraso en la vacunación por falta de dosis es notable. Y aquí es donde se muestra que la falta de vacunas y los plazos de entrega de las mismas no sería un problema si las patentes no estuvieran en manos de estos mercaderes de la salud. Las patentes de las vacunas son por tanto la clave para garantizar la accesibilidad universal y pasar a la ofensiva contra el virus.
Pero culpar solo a la grandes farmacéuticas no explicaría las cosas. No son pocos los grupos y colectivos sanitarios que han impulsado iniciativas internacionales y llevadas a la OMS y a la ONU para que las patentes de las vacunas sean liberadas y declaradas de interés público, lo que permitiría transferir el conocimiento y garantizar una rápida producción en todo el mundo. Incluso en la reunión de la Organización Mundial del Comercio (OMC), celebrada en el pasado mes de octubre, países como India y Sudáfrica, propusieron la suspensión de determinados artículos del acuerdo sobre los Aspectos de los Derechos de Propiedad Intelectual Relacionados con el Comercio (ADPIC). Se trataba con esa propuesta de «liberar las vacunas y todas las tecnologías de las patentes mientras dura la pandemia«. Pero los «países ricos» votaron en contra de esta iniciativa. Ni la Unión Europea, ni ninguno de sus gobiernos, incluido el del PSOE-UP, han querido enfrentar ese problema y se han limitado a apoyar las «estrategias de compras» que, visto lo visto, no les pinta como grandes estrategas.
Combatir hoy la pandemia exige masificar la vacunación, hacerlo de forma rápida y gratuita ¿eso es posible? ¡Lo es! Basta tener vacunas y personal sanitario y ambas cosas son más que posibles si la Unión Europea y sus gobiernos dejan de marearnos y agarran el toro por las astas. ¡Contratando más personal sanitario! e imponiendo la liberación de las patentes. Las farmacéuticas que no lo entiendan que sean nacionalizadas sin indemnización alguna. En la guerra como en la guerra, porque estamos hablando de la vida de millones de seres humanos. Más que nunca hay que recordar el «principio de Salk»: No hay patentes, ¡no se puede patentar el sol!