Es un agente regulador dentro del ciclo del carbono, con un papel fundamental en el equilibrio de los niveles de CO2 presentes en la atmósfera. La degradación sistemática que sufre, debido a la explotación inadecuada, genera procesos contaminantes.
A la hora de hablar de cambio climático, con frecuencia tendemos a relacionar este fenómeno con imágenes de grandes plantas de producción industrial, atascos kilométricos o boinas de contaminación que cubren el cielo de las grandes ciudades. Sin embargo, existe una importante omisión que subyace bajo la idea que identifica la quema de combustibles fósiles como única causa del avance del calentamiento global. La acción del suelo, como agente regulador dentro del ciclo del carbono, le otorga un papel fundamental en el equilibrio entre los niveles de CO2 presentes en la atmósfera y el volumen de carbono acumulado en la superficie terrestre en forma de materia orgánica. De esta forma, la degradación sistemática que sufren gran parte de nuestros suelos, debido a la explotación inadecuada de los mismos, genera mediante la modificación de este balance captura/emisión, procesos contaminantes directamente responsables de en torno al 20% de la polución total por CO2, el 60% por metano y hasta el 80% de óxido nitroso –todos ellos gases de efecto invernadero–, según datos del Intergovernmental Panel on Climate Change. Una realidad ignorada por las instituciones gubernamentales y aún desconocida por gran parte de la opinión pública.
Como parte de su proceso vital, la vegetación propia de los suelos capta el carbono que conforma el CO2 presente en la atmósfera, la luz solar y el agua, y lo transforma mediante la fotosíntesis en carbono orgánico que pasa a formar parte de la composición de la planta. Parte de ese carbono vuelve a emitirse de nuevo a la atmósfera convertido en CO2 mediante la respiración de los animales que ingieren dicha vegetación como alimento. Y otra parte pasa a incorporarse al suelo en forma de materia orgánica con la muerte de fauna y flora, sirviendo de alimento para los descomponedores del suelo (bacterias y hongos). Un suelo rico en materia orgánica muerta,que se mantiene fértil y estable, supone un inmejorable almacén de carbono con capacidad de taponar su emisión en forma de CO2. Logra paliar así sus efectos contaminantes al retenerlo en forma de materia orgánica.
No obstante, los cambios del uso del suelo, y su consecuente degradación a causa de la acción del hombre, provocan una pérdida progresiva de la materia orgánica acumulada. Lo que acaba por traducirse en una transformación de la función original del suelo. Así, este pasa de actuar como un almacén natural de carbono a convertirse en emisor activo de CO2 atmosférico. Este proceso provoca, por tanto, una inversión de la función del suelo como sumidero de carbono a través del que se ‘secuestraba’ parte del CO2 atmosférico. Esta función lo convierte en uno de los factores más importantes a tener en cuenta en la lucha contra el cambio climático. Según advierte la organización Ecologistas en Acción, las emisiones de gases de efecto invernadero procedentes de la agricultura, silvicultura y pesca se han duplicado en los últimos 50 años, y se estima que podrían aumentar un 30% más hasta 2050 en caso de no tomarse medidas al respecto.
Las causas de la degradación del suelo son diversas, pero todas relacionadas con una explotación irresponsable que afecta a más de 30% de la superficie terrestre en el mundo. Entre ellas, destacan la deforestación de espacios naturales y su conversión en terrenos de explotación agraria o ganadera, el excesivo arado y laboreo de la tierra, la quema de rastrojos, y el sellado e impermeabilización con motivos urbanísticos. Todos estos procesos, de carácter eminentemente industrial, son responsables de fenómenos de erosión, acidificación y contaminación química del suelo.
La solución pasa, según el eurodiputado de Equo Florent Marcellesi, por revertir un “modelo agrícola equivocado”, basado las explotaciones sobremecanizadas, el uso excesivo de pesticidas y compuestos químicos contaminantes, y los monocultivos de carácter extensivo. La concentración de tierras en manos de grandes propietarios se vincula a este modelo de explotación agrícola cada vez más extendido en países del centro y sur de Europa. En Andalucía, más de un 50% de la tierra pertenece a tan sólo un 5% de los propietarios.
Para Marcellesi, las políticas impulsadas por la UE para establecer una estrategia común en esta materia han resultado hasta el momento “descoordinadas y faltas de coherencia” a expensas de una directiva comunitaria firme y consensuada. “Hay que reconocer los suelos como bien común, y diseñar una marco común que permita coordinar los esfuerzos a nivel europeo y estatal”, apunta el eurodiputado. “Se identifican y reconocen los problemas que afectan a la biodiversidad y la salud humana, pero no se logra alcanzar un acuerdo en ese sentido”. Alemania, con el apoyo de Francia y Reino Unido, logró que se retirase en 2014 la directiva europea sobre este asunto, establecida en 2006 en la estrategia climática sobre suelo y paralizada en 2010. Según Marcellesi, bajo la influencia las grandes multinacionales agrícolas alemanas y la apelación al carácter subsidiario de la normativa por parte de sus lobbys.
Autor: Carlos Hernández
Fuente: http://ctxt.es/es/20170705/Firmas/13768/clima-cambio-climatico-suelo-contaminacion.htm