La muerte del acróbata Pedro Aunión reaviva el debate sobre la siniestralidad laboral: en 2016 murieron 629 trabajadores y entre enero y abril de 2017, 168.
Suspendida a treinta metros de altura, una caja iluminada volaba sobre el público del festival Mad Cool. En su interior, el acróbata Pedro Aunión pirueteaba al ritmo de la música. Un cuerpo –el suyo– que ocupaba aquel poliedro con movimientos ligeros y pausados. Sin embargo, los años de carrera como bailarín aéreo no evitaron que algo fallara. Cuando Aunión quiso cambiar el cable corto al que estaba sujeto por otra goma elástica y más larga para descensos, terminó precipitándose al vacío. Las pantallas del recinto retransmitieron su caída, pero el evento siguió adelante; las primeras explicaciones de la organización llegarían cuatro horas después. Aún sin conocer lo sucedido, un profético Billie Joe, de la banda Green Day, cantaba en el tema inaugural de su actuación que el silencio es el enemigo. Al tiempo, a escasos metros del escenario, la policía científica tomaba pruebas del lugar de los hechos.
Según el Ministerio de Empleo, en 2016 se produjeron 566.335 accidentes laborales con baja en nuestro país; 36.987 más que en 2015. De ellos, 629 resultaron mortales. Este último repunte de la siniestralidad también queda confirmado durante el primer cuatrimestre de 2017: un 4% más que en el mismo periodo del año anterior. “Desde un punto de vista técnico, cualquier accidente que suceda en el ámbito laboral es un accidente de trabajo, independientemente de la causa primaria”, explica Pedro J. Linares, secretario de Salud Laboral de CC.OO.
“La siniestralidad supone el fracaso anterior de un sistema preventivo. Deben existir elementos de seguridad suficientes para que los errores humanos no desencadenen incidentes de trabajo”, agrega Linares. La citada estadística solo recoge como accidentes aquellos sucedidos entre la población activa con cobertura en materia de siniestralidad. Los autónomos no aparecen en ella. “Los números son alarmantes, pero ni siquiera reflejan toda la gravedad del asunto”, señala Linares. Este recuento tampoco tiene en cuenta las enfermedades profesionales, aunque estas puedan disminuir la esperanza de vida.
Hace diez años los accidentes laborales contabilizados superaban el millón de casos, si bien el fenómeno se ensañaba especialmente con los sectores de la construcción y la industria. Con la llegada de la crisis económica, esta clase de sucesos se ha generalizado. Linares señala el marco de relaciones laborales y la precariedad como verdugos: “La siniestralidad no sucede aleatoriamente. Es efecto del tipo de mercado de trabajo que hemos configurado, donde el 25% de los contratos firmados dura menos de una semana, el 35% menos de un mes y las relaciones laborales se han individualizado radicalmente”, asegura. En el primer cuatrimestre del año han fallecido 168 trabajadores*.
La temporalidad hace de la prevención de riesgos una quimera materialmente imposible. “Al trabajador no le da tiempo a conocer su propia tarea –para atender a los riesgos que esta conlleva– y al empresario no le merece la pena invertir en programas formativos”, advierte Linares, que también señala un incremento de la presión sobre el empleado tras los recortes de plantilla. “Observamos una carga desmesurada como forma de sacar adelante la tarea contando con menos personal. Con la imposición de este tipo de sistemas, es difícil que las medidas de seguridad encuentren acomodo”, explica.
“Tampoco suelen existir protocolos de coordinación entre las múltiples subcontrataciones que coinciden en un mismo espacio”, anota Linares. En esa cadena la prevención se diluye: durante el ensamblaje de las gradas en la Gran Fira de València, un trabajador caía al suelo y entraba en coma. Tras una semana en situación de muerte cerebral, fallecía el pasado 4 de julio. “Habitualmente hacemos jornadas de 12 y 14 horas para cumplir con los plazos de montaje y desmontaje”, afirma Xavier. Aquel día un dolor de espalda le impidió salir de la cama. No presenció el traspié de su compañero sobre el andamio, pero conoce el peligro del oficio cuando hay prisa. La misma celeridad que la noche del fallecimiento de Aunión auspició el espectáculo sin un ensayo general.
Linares defiende que los niveles de desempleo obligan a la asunción de condiciones que en otro tiempo no se aceptarían. “Hay muchas dificultades para integrarse en otro puesto y la conservación del mismo prima sobre todo lo demás”. Como advierte, las sucesivas normas han construido un “marco legal de unilateralidad” donde el empresario goza de mayor capacidad para el ejercicio de sus intereses, en detrimento del trabajador. “Para defender adecuadamente nuestros derechos necesitamos una vuelta a la negociación colectiva” anterior a la reforma de 2010.
La movilidad laboral fragmenta la mano de obra, “desvertebra la clase obrera”, subraya Linares. Su reto consiste en revertir el “déficit propio” que les dificulta llegar hasta los sectores más precarizados. “Da igual lo desmenuzado que esté, queremos que cualquier colectivo entienda la utilidad del sindicato para defender los derechos de los trabajadores”. “En materia de siniestralidad tenemos por delante una enorme tarea de pedagogía social”, añade, “debemos impulsar la concepción de que trabajo y accidente no tienen por qué estar relacionados. Existe capacidad técnica suficiente para incorporar medidas protectoras en todos los ámbitos”.
En la entrada del Mad Cool se concentraron varias decenas de personas que exigían la depuración de responsabilidades ante la muerte de Aunión. Al costado, otros miles hacían cola para acceder al recinto y disfrutar de la programación. La papelera más próxima dejaba entrever un puñado de pulseras cortadas del festival; propiedad, tal vez, de quienes no podían hacer como si nada. Pedro, hermano, nosotros no olvidamos, corearon. Allí no ondeó la insignia de ninguno de los sindicatos mayoritarios.
Autor: Miguel Ezquiaga